Francisco Camps sí que debe leer EL MUNDO
17/05/2016 08:18
Cuando una persona sufre por la pérdida
abrupta e insperada de un familiar o amigo la condición humana tiende por
instinto a la empatía, a aproximarse a quien lo pasa mal para intentar
reconfortarle. A muchos, incluso a quienes acostumbramos a manejar las palabras,
nos cuesta encontrar los términos adecuados para ayudar a la pacificación
espiritual de quien tenemos enfrente. No nos sale aquello de «te acompaño en el
sentimiento». Y canalizamos nuestra ayuda poniéndonos a su disposición.
En las grandes catástrofes humanas, a un
dirigente político se le pueden agradecer las buenas palabras -si es que se le
dan bien los discursos-, pero no es eso lo que realmente se le exige. Su
obligación es no poner obstáculos para que la ayuda psicológica llegue, las
indemnizaciones que correspondan se tramiten ágilmente, se investigue hasta el
último detalle para intentar averiguar la causa del siniestro y se dispongan
medidas para intentar evitar que suceda de nuevo.
No dudo de que Francisco Camps tuviera buena voluntad y quisiera
volcarse en ayudar a los familiares de las víctimas del accidente del 3 de
julio de 2006 en la Línea 1 de Metrovalencia. Si pensara lo contrario
convertiría al ex presidente en un hombre desalmado. Y, sinceramente, la lista
de calificativos que aplicaría a Camps es variopinta y poco compasiva. Pero si
yo pusiera en duda la condición humana de un compañero de mi especie sería yo
quien me habría tornado pérfido, malvado e inhumano.
Lo que sí considero bárbaro y cruel es
la manera en que Camps y su gobierno -incluyo a Juan
Cotino y a la ex gerente de Ferrocarrils de la Generalitat, Marisa Gracia- transmutó esa empatía en una estrategia
para que 43 muertos no tuvieran consecuencias sobre la carrera política del
presidente, que en aquellos momentos surfeaba la ola del éxito político y
empleaba el presupuesto público y los resortes del poder para su crecimiento
político y la consolidación del PP.
No dudo de que Francisco Camps tuviera voluntad en su
ayuda a las víctimas
Lo puede negar tantas veces como quiera
y jurar que no había leído en EL MUNDO los documentos que prueban la
manipulación de los testimonios de los técnicos que acudieron a la comisión de
investigación cerrada en falso en 2006. Cuando la diputada de Compromís Isaura Navarro citó la exclusiva que este diario
comenzó a publicar el 19 de febrero de 2012, dando un giro al caso, Francisco
Camps trató de ridiculizar a EL MUNDO afirmando que «nunca» lo lee. Para Mariano Rajoy somos «ese periódico que usted cita»
y para Felipe González somos «el Inmundo».
Si fuera así, si Camps no leyera EL
MUNDO, le entendería. A mí tampoco me gustaría desayunar con informaciones que
me dejan en mal lugar. Pero me consta que no es así y que el ex presidente sabe
perfectamente que H&M Sanchis es la empresa a la que Ferrocarrils de la
Generalitat pagó para que tratara de cocinar una «verdad oficial». Y percibo
que Francisco Camps sí debe leer EL MUNDO, aunque sea clandestinamente y sólo a
ratitos. O eso es lo que se cuenta.
Pero la empatía transmutó en una estrategia para que
no le salpicara
H&M Sanchis no sólo organizó
sesiones con los técnicos, sino que utilizó la presencia de su director, Jorge Feo, como columnista del diario ABC para publicar artículos que alababan la
manera en que FGV y Marisa Gracia gestionaron los días posteriores al
accidente. Su caso se parecería bastante al de otros articulistas a sueldo que
aprovechan la confianza de cabeceras que les pagan para defender intereses por
los que cobran de otro lado. EL MUNDO también tuvo su ración conAntonio Alemany, el periodista juzgado y condenado por
sus relaciones con el balear Jaume Matas.
Francisco Camps es un hombre leído.
Pero, como bien explicó la presidenta de la comisión de las Cortes, Sandra Martín, no estaba obligado a nada. Podía
esquivar las preguntas a su antojo. Y lo demostró tantas veces como dijo «no sé
realmente de qué me está hablando». O cuando quiso mofarse de los diputados
afirmando que no les conocía, cuando quien está desconocido como político es él
mismo.